En diciembre del año pasado los representantes de 195 países se reunieron en París para llegar a un acuerdo (un evento que fue conocido como COP21) para limitar el calentamiento global y reducir drásticamente las emisiones de gases de invernadero. El Acuerdo de París, en el que se propuso, después de dos semanas de negociación intensiva, limitar el incremento de la temperatura a 2 grados Celsius, con una meta de 1.5 grados, no tiene precedentes y representa un hecho histórico. Según lo estipulado en el Acuerdo, se lograrán las metas al reducir drásticamente nuestro uso de combustibles fósiles y cambiar por completo a energías renovables antes de que concluya el siglo.
Sin embargo, las medidas del acuerdo no entrarán en vigor hasta 2020, cuando finalice la vigencia del Protocolo de Tokio, y puede que para entonces ya sea demasiado tarde para alcanzar la meta de 1.5 grados. Incluso es muy probable que el ritmo al que estamos lanzando gases de invernadero al ambiente sea demasiado alto e irreparable como para llegar al límite de 2 grados antes del 2100.
Hay que tomar en cuenta que ni siquiera fue fácil para los representantes de los países más desarrollados aceptar la meta de 1.5 grados, y que no hubiera sido posible llegar a ese acuerdo sin la insistencia de naciones insulares como Kiribati, las Islas Marshall y las Maldivas, que debido al ascenso del nivel del mar se han visto en la necesidad de buscar aliados para reubicarse en un futuro cercano, pues sus tierras se verán completamente sumergidas dentro de unos años por el derretimiento de los polos.
El texto final del acuerdo no contempla que nuestro planeta ya se encuentra por arriba de 1 grado de incremento en la temperatura con respecto a antes de la industrialización. Las soluciones que presentaron las naciones para reducir las emisiones de gases de invernadero tampoco son lo suficientemente fuertes como para asegurar que se llegue a la meta, ni siquiera a la más alta de 2 grados. Mientras que la meta ideal, de 1.5 grados, es posible que se rebase para 2017, tres años antes de que inicien siquiera las medidas del Acuerdo de París.
Un análisis muy desalentador
En un estudio publicado el 29 de junio de este año por el Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA, por sus siglas en inglés), encabezado por Joeri Rogelj y para el que se utilizó la tecnología más avanzada de captura de carbono, se estipula que ya se cerró la ventana para llegar a la meta más baja. Según el equipo de Rogelj, las medidas propuestas por el Acuerdo de París, pese a no tener precedentes, apenas alcanzarían para estabilizar el incremento de la temperatura global entre 2.6 a 3.1 grados.
Un incremento de 3 grados puede causar un ascenso de hasta 6 metros en el nivel del mar, lo que sumergiría por completo naciones enteras, como las Maldivas y Kiribati, y causaría el desplazamiento de millones de seres humanos. Más del 27% de la población mundial vive en zonas costeras y 17 de las 30 ciudades más grandes del planeta se encuentran en la costa.
De no resolverse el problema, ciudades como Tokio, Nueva York, Hong Kong, Shangai, Seúl, Beijing, Mumbai, Dubai, Isanbul, Río de Janeiro, Buenos Aires y Los Ángeles, que encabezan la lista de las ciudades más grandes y caudalosas del mundo podrían encontrarse bajo el agua en un par de siglos. Regiones enormes y de gran importancia económica y cultural como los Países Bajos dejarían de existir. Ciudades cercanas al mar y a orillas de ríos caudalosos como Londres, Roma, El Cairo, Berlín y París, también se verían gravemente afectadas por inundaciones. En México regiones como Baja California y el Istmo de Tehuantepec desaparecerían casi por completo del mapa.
Si la temperatura asciende más de 2 grados los humanos no seremos los únicos afectados gravemente. Al sobrepasar ese límite será inevitable la extinción de los corales y con ellos una cuarta parte de las especies del Océano. Los niveles de fitoplancton serían tan bajos que un colapso casi total del ecosistema global podría ocurrir, al ser responsables del 50% del oxígeno de nuestra atmósfera.
Nuestro planeta se transformaría en tan sólo un par de siglos de un hermoso oasis a un desierto hostil, con un clima extremoso en la mayor parte del mundo, con inviernos crudísimos y veranos infernales hasta en regiones donde se goza de una temperatura estable y fresca casi todo el año, como el Altiplano Central Mexicano.
¿Queda alguna esperanza para nosotros?
Aún quedan esperanzas, según el estudio de la IIASA, pero tampoco son muy prometedoras. De tomar medidas aún más drásticas y reducir por completo las emisiones de gases de invernadero podría mantenerse la temperatura global en 2 grados mayor que antes de la industrialización, pero no menos de eso. Y después de doce meses consecutivos (hasta abril de este año) en el que la temperatura global alcanzó un récord de altura, es difícil imaginar que incluso eso sea posible.
En abril de 2016 se registró un incremento de 1.10 grados en la temperatura mundial, menor que el de marzo, pero aún así tuvo el cuarto lugar en incremento de temperatura desde 1880, año en que comenzaron los registros mundiales. Marzo de 2016 tiene el récord más alto de incremento de temperatura de todos los 1636 meses que han pasado desde 1880 (137 años de registros), con 1.23 grados Celsius. Le siguen febrero de 2016 con 1.19 grados y diciembre de 2015 con 1.12 grados. Abril fue el quinto mes consecutivo, desde diciembre de 2015, en el que el incremento global subió sobre 1 grado.
El incremento de temperatura no afecta igual a todo el planeta, haciéndolo todo más caliente todo el tiempo, sino que también provoca disminuciones repentinas y más lejanas del promedio en otros lugares, como el noreste de Canadá y el sur de Sudamérica, donde se registró un descenso de hasta 5 grados por debajo de la media en abril. Otras regiones como Venezuela, el noreste de Colombia y el este de Paraguay reportaron un incremento de hasta 2 grados en la temperatura media.
Es cierto que parte de los efectos que vemos ahora fueron causados por el fenómeno de El Niño, que a su vez ha tenido cualidades atípicas en los últimos años, pero no podemos deslindarnos de nuestra responsabilidad pues estos comportamientos atípicos se deben a los gases de invernadero que bombeamos en nuestra atmósfera. Actualmente la humanidad es responsable de generar más de 40 billones de toneladas de dióxido carbono por año, algo que no había sucedido en el planeta nunca.
¿Cómo queremos ser recordados?
Es claro que como especie debemos revalorar nuestro impacto sobre el planeta y tomar acción inmediata. Esperar a 2020 para que inicien a tomarse las medidas para desacelerar el calentamiento global puede no ser suficiente. De lo contrario el mundo que dejaremos a nuestros hijos y nietos será uno muy distinto al que habitamos ahora. Debemos cuestionarnos, como seres humanos, si queremos grabar en la memoria geológica de nuestro planeta un evento de extinción masiva causado por nosotros.
Si lo queremos es ser recordados como el asteroide que extinguió a los dinosaurios en el Cretáceo Tardío o como la erupción masiva de los traps siberianos del Pérmico que acabó con el 96% de todas las especies del planeta, entonces vamos por muy buen camino. De seguir nuestra tendencia en tan sólo un par de siglos podremos comparar nuestros efectos sobre el planeta con la extinción del Devónico, en la que se agotó el oxígeno del fondo marino y no hubo corales hasta 100 millones de años después.
No creo que eso es lo que queremos como especie. Creo que queremos un mundo mejor para las generaciones que nos preceden. Todavía tengo esperanza de que los seres humanos somos capaces de revalorar nuestro lugar en el ecosistema y hacer un esfuerzo por sanar las heridas que le hemos causado al planeta. Pero los estudios más recientes dicen otra cosa y todos lo vemos día a día, al abrir la ventana y sentir el clima que hace afuera.
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