Hace una semana Gawker se declaró en bancarrota para no tener que entregar todas sus acciones a Terry Bollea, mejor conocido como “Hulk Hogan”. A simple vista es sólo una demanda civil, provocada porque Gawker publicó y se negó a quitar un video íntimo —de minuto y medio de duración— en el que aparecía Bollea, pero la situación tiene un trasfondo mucho más complejo y podría sentar un precedente terrible para la libertad de prensa.
El problema comenzó hace casi 10 años, en 2007, cuando Gawker dijo en uno de sus sitios (Valleywag) : “Peter Thiel es totalmente gay, gente”. Desde entonces, el billonario cofundador de PayPal se convirtió en el peor enemigo de Gawker, al extremo de invertir en la demanda millonaria de Hulk Hogan (entre otros litigios contra Gawker) para acabar con sus recursos y sacarlo del negocio.
La compañía se respaldó bajo el Capítulo 11 de la Ley de quiebra de empresas de Estados Unidos y se encuentra en subasta para pagar a sus acreedores, de los cuales Bollea encabeza la lista con $140.1 millones de dólares. Sus opciones están limitadas: cerrar definitivamente o esperar hasta que otro grupo editorial o compañía la compre, con todo y deudas (Ziff Davis, dueños de PC Magazine y IGN, están interesados).
Para la mayoría de los medios de Estados Unidos, la victoria de Thiel sobre Gawker representa un atentado contra la Primera Enmienda. La victoria de Thiel es vista como una plantilla para usar el dinero contra un medio subversivo: si un multimillonario es capaz de silenciar a la prensa con ayuda de de batallas legales interminables, seguro otros magnates pueden seguir el ejemplo. Es un hecho que alguien más lo hará de nuevo. El acto de Thiel es el primero de su tipo y se cree que será una tendencia.
¿Pero qué significa para América Latina?
En una región geopolítica donde la censura estatal se practica a través de los medios masivos de comunicación quizá parezca de poca importancia (o común) que un billonario compre a la prensa o mande silenciar a un medio subversivo y, en nuestro caso, eso casi siempre significa violencia. Pero no lo es. Aunque es probable que la bancarrota de Gawker no afecte directamente a la prensa ni a medios latinoamericanos, el evento hará eco.
Ahora que la plantilla fue diseñada basta que comience a usarse. En América Latina eso quiere decir que habrá otra manera de censurar opiniones incómodas: dejando a la compañía en quiebra y a todos sus empleados en la calle. Lo que debemos entender es que el alcance de la censura no se limita a medios dedicados a cotilleos de famosos, ni a medios de cierta ideología o afiliación: ahora que el dinero juega como un arma con más agresividad que nunca, cualquiera puede ser blanco de los caprichos de un oligarca.
Ni siquiera es necesario que las compañías de medios quiebren. Basta amenazar con llevar a un juicio interminable con un final negativo garantizado para el medio para que se vuelva más sencillo negociar un cambio de términos. Al facilitar la tergiversación y el secuestro de información se obtiene una manera de operar libre de sangre, lo que en muchos casos (y éste es uno de ellos) garantiza la legitimación del nuevo método de extorsión: será legal y bien visto moralmente.
En un principio no habrá mucha diferencia con la manera en que funciona la compra de medios en América Latina, pero una vez que el método de Thiel sea institucionalizado será muy difícil oponerse: la libertad de prensa correrá grave peligro. Claro que podemos confiar que aún en tiempos aciagos la verdad sobrepase toda censura, pero si gigantes tecnológicos como Facebook adquieren la posibilidad de silenciar a sus enemigos, ya sea comprándolos o llevándolos a la quiebra, la monopolización de la información podría traer consecuencias más difíciles de predecir.
¿Podría desencadenar una ciberdictadura?
Una ciberdictadura puede ser facilitada por la restricción en el flujo de información sin que el gobierno medie directamente en la censura. Por medio de financiadores externos, como Thiel en el caso de Gawker contra Hogan, un gobierno puede controlar la información que se transmite en Facebook o en Twitter, sin que pueda culparse al gobierno de ello y respaldado por las políticas del dinero. A diferencia de países donde la censura gubernamental es clara, como en China, en este escenario no existe “censura” desde el punto de vista del gobierno: las compañías de medios son las que “deciden” qué poner. Con el tiempo el control de la población puede volverse muy severo. No es tan difícil imaginarlo.
A eso es a lo que temen los medios estadounidenses y con justa razón, ya que este método de censura apela a los intereses de quienes son capaces de financiarla, a la oligarquía, el poder que podría obtener el llamado 1% de la población amenazaría con terminar la democracia. En el contexto de las elecciones actuales, con un candidato como Donald Trump con muchas posibilidades de ser el próximo presidente de Estados Unidos, la posibilidad de un ascenso de la oligarquía no es una idea fantasiosa.
La respuesta puede estar en quien compre Gawker Media: si salvan a la compañía y mantienen la línea que los caracteriza o si se rinden ante la posibilidad de ser enjuiciados de nuevo.
Deja tu comentario