Les diré la verdad: evito usar Internet Explorer lo más posible. Recuerdo esos días de antaño, cuando usaba Netscape porque el navegador de Microsoft tenía todo tipo de errores. Se cerraba solo, no guardaba los favoritos, era lento. Con Netscape lo tenía todo, incluyendo un cliente de correo que jamás usaba.
De vez en cuando, tenía que regresar a IE, porque las páginas que visitaba únicamente eran compatibles con ese browser. Sí, parece mentira, pero era una práctica habitual. De hecho, una buena cantidad de los sitios que no han actualizado su diseño en varios años conservan la leyenda “optimizado para Internet Explorer y Netscape”, como una medalla al valor obtenida en la Segunda Guerra Mundial.
Decidí regresar al navegador durante una semana. Debo decirles que durante varios años, mi uso más constante de Internet Explorer ha sido el mismo que el de un buen número de usuarios: descargar Chrome o Firefox. Hasta Opera, pero nunca Safari. Líbranos de Safari, Dios de Internet. Bueno, por lo menos en Windows.
Regreso a lo básico
De vuelta al tema, me propuse usar Internet Explorer toda la semana en la oficina y en mi casa. A pesar de que soy usuario de Chrome durante algunos meses, siempre regreso a Firefox, sin importar que, de vez en cuando se convierte de nuevo en ese monstruo hambriento de RAM.
El primer día fue inevitable que, por la costumbre, me dirigía al ícono de Firefox en lugar del de Internet Explorer. Eso sucedió varias veces, al punto en el que tuve que borrar el acceso directo a la aplicación. Es la fuerza de la costumbre.
Ya dentro de Internet Explorer, nada se ve muy distinto a lo que era. Lo sé, el diseño ha sido optimizado para aprovechar el máximo de espacio e intentaron darle una estética más cercana al mundo actual, además de usar los (nada) famosos “aceleradores”, que son escasos en cuanto a variedad.
Los aceleradores son maneras de buscar con más eficiencia dentro de cualquier página o de mostrar contenido relacionado. En este momento, cumplo una semana con Explorer y no los he usado una sola vez. Sospecho que el resto de los usuarios de Explorer tampoco.
Lo malo
Incompatibilidad. A pesar de que parezca mentira, muchos sitios no son precisamente compatibles con el navegador. En ocasiones, el CSS de algunos simplemente no funcionaba como debía, lo cual se traducía en formatos rotos e imágenes fuera de lugar.
Falta de características. Una de las razones por las que uso Firefox son sus addons, que me permiten todo tipo de acciones. A diferencia de los aceleradores, pueden incluir funciones como revisar el correo, buscar imágenes similares a las que se muestran, modificar el CSS de alguna página y acceder con más facilidad al correo web, entre muchas otras.
Problemas con Google. Mi vida digital está dentro de los servicios de esa empresa, pero Internet Explorer y Gmail no siempre se llevan bien. En más de una ocasión tuve que recargar la página para poder acceder a mi correo. En el caso de G+, las notificaciones no se despliegan correctamente y muchas veces me mostró un error en el que se suponía estaba viendo el sitio en un modo de compatibilidad, lo cual era falso. Prácticamente eran fallas aleatorias.
Bing. Sigue siendo un gran problema hacer búsquedas en este servicio. La verdad es que no hay algo como los algoritmos de Google, y en Bing los resultados muchas veces no son relevantes. Descargar imágenes es una experiencia desigual, debido a que la exhibición de las mismas es buena, pero encontrar tamaños específicos no es precisamente sencillo.
Lo bueno
Velocidad. Internet Explorer es rápido. Muy rápido. La rapidez con la que se cargan los sitios no se compara con lo que sucede en Firefox y Chrome. Además, los errores con servicios que usan HTML5 o Flash de manera alternativa, como Google, prácticamente son nulos, a diferencia de Chrome, por ejemplo, que muchas veces no despliega los videos.
Sincronización. De la misma manera que Chrome, Internet Explorer sincroniza tus resultados de búsqueda, tu historia y tus passwords, si estás en un equipo con Windows 8 y tienes configurado el ingreso para hacerlo por medio de tu cuenta de Microsoft, ya sea Hotmail, Outlook o Live. Es muy útil si tienes múltiples equipos con el mismo sistema.
Facilidad. Parece una tontería, pero… no necesitas instalar Internet Explorer. Está ahí, como siempre. Lo único que precisas es pulsar la gran “e” azul y comenzar a navegar.
Al final, la experiencia no fue tan dolorosa y desagradable como la recordaba. Pude funcionar (casi) al mismo ritmo de siempre. Pero, gracias a las deidades, este artículo lo escribí en Google Docs, desde Firefox.
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