Es muy fácil caer en los engaños que inundan Internet, basta una publicación en Facebook, un tweet o hasta un mensaje de WhatsApp con información falsa para hacernos dudar de nuestro conocimiento, alejarnos del pensamiento racional y causar paranoia. El mejor ejemplo es también uno de los que más polémica ha causado durante los últimos años: ¿son en verdad dañinos los rayos cósmicos para la humanidad? Desde 2008 el tema ha estado presente en redes sociales y ha confundido a la gente que no sabe mucho al respecto e incluso ha provocado que algunas personas caigan presas de pánico absoluto. No habría problema si todos los intentos por explicar este fenómeno astronómico estuvieran basados en investigaciones científicas genuinas, en lugar de referencias de dudosa procedencia o declaraciones de expertos que ni siquiera existen.
Para salir de dudas, nada mejor que acudir a la máxima eminencia en la materia: la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio de Estados Unidos —también le puedes decir NASA, si te disgustan los nombres complicados—. Hagamos a un lado las teorías de conspiración acerca de la manipulación malévola de datos o el supuesto de que la humanidad nunca pisó la Luna, es un hecho que esta agencia tiene investigaciones serias en el tema de la radiación cósmica y sus descubrimientos están entre los más documentados que existen a la fecha. Así que, dejando bien claro que la NASA puede presumir más veracidad que el resto, lo que sigue es desmentir todos los mitos.
Marte no es capaz de emitir rayos cósmicos
El término rayos cósmicos se refiere a las partículas súper aceleradas que provienen de fuera del Sistema Solar, pero la definición también incluye otras clases de partículas
De Marte podemos esperar imágenes de Curiosity y hasta una invasión de marcianos, pero rayos cósmicos... ¡jamás! Para empezar, hablamos de un planeta común, que ni siquiera está compuesto por gases que generen una reacción atómica. En todo caso, hay más probabilidades de que Júpiter cumpla las condiciones suficientes para lanzar algún tipo de rayo cósmico y, de todo modos, la potencia sería tan diminuta que se disolvería camino a la Tierra.
Recordemos que la radiación de microondas cósmica de fondo o rayos cósmicos son partículas cargadas con una cantidad muy alta de energía y su origen está fuera del Sistema Solar —la teoría más aceptada es que resultan de la explosión de una supernova o de la radiación causada por un agujero negro—. Hace falta una fusión a gran escala (como la que ocurre en el Sol) o una fisión (como la que ocurre en los reactores nucleares) para crear una de estas partículas que, según los descubrimientos, sólo son núcleos de átomos que pueden corresponder al elemento más ligero de la tabla periódica, a los metales más pesados. Al parecer, no importa tanto de qué están compuestas, sino la velocidad a la que viajan y es ahí donde podemos acabar con otra leyenda urbana.
Los rayos cósmicos no te dañan a ti ni a tu smartphone
Aunque es verdad que todavía falta mucha información para comprender completamente la naturaleza y comportamiento de los rayos cósmicos, hay algo que sabemos con absoluta certeza: tanto la Tierra como el Sol están dotados de una protección natural que frena el impacto de las partículas dañinas que pasean sin rumbo a través del cosmos. Por una parte, el Sistema Solar cuenta con una burbuja magnética llamada heliosfera —que se extiende más allá de la órbita de Plutón—; del mismo modo que los escudos deflectores en una nave de Star Trek, esta protección repele un poco de la basura estelar. Los asteroides tienen luz verde, pero la energía dañina no está admitida. Obviamente esa coraza invisible no es perfecta, mientras que 90% de los rayos cósmicos son filtrados, 10% logran atravesar y llegan a nuestro planeta.
Por fortuna, el mayor astro de nuestro firmamento no es el único a nuestro favor, también el planeta al que llamamos hogar. De manera similar que el Sol, la Tierra tiene un campo magnético —llamado magnetósfera— que sirve como escudo contra los rayos cósmicos y cualquier otra energía nociva. Sin ella, el viento solar nos hubiera pulverizado desde hace varios eones. La combinación de ambas protecciones provoca que la radiación que llega a la atmósfera sea casi insignificante; tanto, que a los científicos de hace 100 años les costó mucho trabajo detectar qué estaba sucediendo en la ionosfera. Y en caso de que alguien quiera buscar culpables de los agujeros de la capa de ozono, es importante mencionar que ese fragmento de la estratosfera sólo es capaz de detener la radiación UV; los rayos cósmicos y el resto de la radiación solar nunca han sido su especialidad.
Por último, no hay que olvidar que los rayos cósmicos existen desde hace millones de años. Estaban presentes cuando los primeros humanos apenas ponían los ladrillos iniciales de la civilización y continuarán acechándonos cuando las máquinas nos dominen —de hecho, la radiación cósmica no nos salvaría de una inteligencia artificial suprema—. Las lluvias de radiación cósmica no suceden en fechas determinadas, son una constante de los fenómenos que afectan a nuestro planeta, así que de existir un riesgo desconocido, ya lo hubiéramos experimentado y en ese caso, nuestro cerebro ya se habría evaporado.
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